Definitivamente, salir a la Naturaleza con mi hijo e hija, supone uno de los mejores vehículos de conexión en familia. A parte de lo que estar al aire libre y en la naturaleza supone para el bienestar en general, para nosotros en concreto supone encontrar un montón de puntos de unión. Entre ellos, se encuentra poder compartir espontáneamente con él y ella pequeños juegos que hacía en mi infancia. Siempre que la ocasión o el entorno lo presenta, me gusta ponerme yo misma a jugar, para que de inmediato se me acerquen a preguntar de qué se trata.
Y no se puede negar lo mucho que gusta rememorar esos momentos de la niñez, y además comprobar que aún hoy día y generaciones después, siguen resultando atractivos y divertidos. Así, hoy, me gustaría presentaros algunos de estos juegos, que seguro a más de una y uno le son familiares.
Pollo, gallo o gallina: capullos de amapola sorpresa
Para mi, un clásico entre clásicos.Para este juego necesitamos amapolas (habitualmente de la especie Papaver rhoeas), más concretamente sus capullos. Son fáciles de abrir en dos mitades claramente diferenciadas. Es como una cajita. Pero es que además en su interior podemos encontrar bien empaquetados sus delicados pétalos. Para sorpresa, no siempre son de color rojo como podría esperarse. Podemos encontrarlos con una coloración blanca, rosada o ya roja. Esto depende del grado de madurez o el estadío en el que se encuentra la flor dentro del capullo.
Sólo el hecho de abrir capullos, les encanta. Pero además podemos añadir un reto, adivinar el color que tendrán los pétalos en su interior. Pero en lugar de decir los colores, la tradición consiste en relacionar cada uno con un pollo (pétalos color rosado), un gallo (pétalos color rojo) o una gallina (pétalos color blanco). Éstos últimos, por ser los menos habituales, suelen ser los que más espectación e ilusión causan cuando salen. Entonces, el juego consiste en que previo a abrir el capullo, se dice: «Pollo, gallo o gallina«, tras lo cual se elige una de las posibilidades y luego se comprueba si se ha acertado.
Poyectiles de llantén o plantago
Otro juego muy divertido se realiza con flores de llantén. Esta planta es muy, muy común, además de tener un preciado valor como planta comestible y medicinal.
Es muy sencillo hacerlo, aunque requiere práctica y persistencia. Especialmente para aprender cómo ha de disponerse el tallo de la flor para poder hacer el lanzamiento. Una vez se coge es muy sencillo.
Para mostrar el procedimiento, aquí os dejo un vídeo en el que B. os lo demuestra con una sencilla explicación.
Relojitos
Este juego lo recuerdo con especial cariño. Para mi es de siempre, de toda la vida…. Como los demás que os he contado, no recuerdo el origen del nombre. No podría decir si fue inventado, o heredado tras generaciones de niños y niñas. Lo que sé es que el nombre es un reflejo del movimiento del reloj, cuyas agujas giran y dan vueltas.
Esta propuesta se realiza con frutos de plantas de la familias de las geraniáceas, más concretamente del género Erodium. Son de un aspecto muy característico, en forma de cono. Este tipo de plantas, fácilmente las podréis encontrar en el campo, en terrenos marginales e incluso en ambientes urbanos.
Así, cuando coges uno de estos frutos, podréis observar que se puede separar en distintas semillas, que van seguidas de toda una hebra. Con las imágenes a continuación lo veréis más claramente. Separar estas «cabecitas» con sus hebras es de lo más entretenido. Persiguiendo siempre que salga lo más larga y contínua posible.
Una vez hecho esto, es cuando sucede la magia. Estas hebras, comienzan a secarse, con lo cual empezarán a enrollarse sobre sí mismas. Lo divertido es que si dejas de prestarlas atención durante un ratito, cuando vuelves, han cambiado de forma por completo. De pronto te encuentras unos tirabuzones, unas hebras formando unas hélices perfectas. Si permaneces a su lado, y con algo de paciencia, puedes observar en tiempo real cómo se van girando poco a poco. Es sorprendente cuando ven los pequeños frutos retorciéndose. Moviéndose como con vida propia. De ahí el nombre de «relojitos»
A modo de curiosidad, esta es una estrategia de dispersión de semillas llamada autocoria, la cual hacen por sí mismas, sin depender de nada o nadie más (viento, otros animales, etc.). La finalidad de enrollarse de esa manera es para que puedan salir propulsadas, alejadas de la planta que las originó. ¿Mola o no mola?
Volar helicópteros
Este juego seguro es el más conocido y el que más he observado a nuestro alrededor. Al igual que el anterior, tiene que ver con semillas. Semillas de formas peculiares relacionadas con su forma de dispersión. En este caso, las semillas que necesitamos se llaman sámaras. Las encontramos en árboles como los arces o los olmos. El nombre del tipo de dispersión es la anemocoria (anemo, de viento). Cada especie tiene una forma de sámara determinada. Pero la que nos insteresa es la de tipo sámara compuesta como la que véis en la imagen. Pueden servir las de arce, pero hay otras, de un árbol exótico llamado Tipa (Tipuana tipu) y que se encuentra en muchas calles y parques de ciudades que tienen unas sámaras espectaculares.
En este caso, la propuesta es muy simple. Simplemente consiste en recogerlas del suelo y lanzarlas al aire. Verlas caer con trayectoria en hélice es chulísimo. Luego ya se convierte en tratar de entontar la semilla más entera, más grande y verla volar una y otra vez. Buscar un lugar elevado y subirse para poder lanzarla y que tenga una caída más prolongada. O coger un puñado de ellas y lanzarlas todas juntas y que caigan en tropel. En fin, un ratito de asombro al comprobar la bella aerodinámica de estas semillas, está asegurado.
Espero que os hayan gustado. Quizá alguien más lo ha traído de su infancia como yo. Es curioso, pero salvo una, no recuerdo bien cómo las aprendí. O si, como en el caso de los relojitos, la descubrí yo misma en un ratito de andar trasteando con los frutos de la planta o alguna otra compañera de juegos me lo mostró. Sea como sea, ciertamente eso no es significativo, lo que sí sé es que se ha convertido en parte de esos recuerdos de la infancia, de los que no se olvidan. De los que ahora saliendo con mi hijo e hija, no dudo en compartir, como si de un acervo cultural familiar se tratara. Un legado. Me pregunto si seguirá atravesando más generaciones o no. Definitivamente, sería bonito.
Además, hoy ya con la perspectiva de los años, me parece que en estos juegos subyace algo más profundo: juego, exploración, descubrimiento y asombro, lo cual facilita un inevitable vínculo con la Naturaleza.
Y para concluir, quería compartir que yo de aquella, vivía en pleno Madrid. Esos descubrimientos no tuvieron lugar en salidas al campo o excursiones con la familia. Esta magia del asombro y el descubrimiento se produjo en compañía de mis amigas, en el patio del colegio. Sí, tuve la suerte de contar con un patio grande, con jardines, donde pude tener la oportunidad de estar a mi ritmo en los recreos, andando por los rincones, jugando a hacer pastelitos de barro con la arena del suelo, de meternos entre los arbustos como si fueran pequeñas casitas. En el colegio. <<Menudo privilegio>>, me doy cuenta ahora, contemplando los patios de hoy. Experiencias en la Naturaleza, incluso viviendo en la ciudad. ¿Qué papelón podrían tener los patios en las escuelas para la infancia, verdad?