Partamos de la base de que a todas las criaturas pequeñas les encanta estar y jugar fuera. El aire libre y los entornos naturales proporcionan cantidad de sensaciones, estimulación, aventura y es el mejor de los vehículos para el descubrimiento y el asombro. Se sienten libres y las posibilidades de juego se abren ante sus ojos.
No obstante, vivimos en una dinámica social en la que en la temporada otoño/invierno prácticamente vivimos de puertas para dentro: vamos del trabajo/cole, al súper, a casa y poco más. El ocio, más de lo mismo, siempre tienden a buscarse opciones en interiores: centro comercial, ludoteca, biblioteca, etc.
Total, que desde muy tiernas edades, esa dinámica es incorporada y finalmente, incluso l@s más peques acaban remoloneando a la hora de salir a la calle a jugar a poco que sientan que hace un poco de frío o está lloviendo. Cualquiera lo podrá observar, en las épocas invernales es raro, muy raro ver peques jugando fuera en las mismas proporciones que se ven en primavera o verano. Así también podemos comprobar que la obesidad debida al sedentarismo que esto conlleva, está bastante presente entre la población infantil.
¿Y qué tal si cambiamos el chip?
¡La opción de estar fuera de forma diaria es también estupenda en cualquier época del año! La lista de los beneficios de hacer actividades al aire libre es interminable. ¿Por qué no ponerlo como opción al principio de la lista?
(*) Con esta infografía no queremos incitar a nadie a que deje a sus hij@s de muy corta edad jugando solos en la calle. Yo a mi peque de 3 años no le dejaría sólo, desde luego. Está referido a niños y niñas ya de una determinada edad que sí pueden -y deberían- pasar más tiempo jugando lejos de la mirada adulta. No obstante, también se puede acompañar a l@ más pequeños jugando fuera sin invadir su juego.
En nuestro caso, el reto es crear en casa una conciencia de que si te apetece jugar o hacer lo que sea fuera, no hay impedimentos a no ser que esté cayendo la del pulpo o estemos con vientos derriba-árboles. Creemos que es importante cultivar la resiliencia en la infancia en este sentido, y que no queden agazapados en casa sólo porque hace frío. Estar al aire libre bajo condiciones climatológicas desfavorables, lo fomenta. De hecho, un estudio de 2010 de una escuela al aire libre en Inglaterra, donde los niños juegan en entornos silvestres durante todo el año, llueva o haga sol, demostró que esta dinámica ayuda a las niñas y niños a “desarrollar y ampliar sus habilidades físicas, la confianza y la capacidad de resiliencia” . Buen aprendizaje para el presente y el futuro, ¿verdad?
Entonces, para evitar crear malas relaciones con respecto al mal tiempo, en casa procuramos por ejemplo no negativizarlo: evitar mirar por la ventana y decir cosas como ¡qué asco de tiempo!, qué rollo de lluvia, etc. Si en casa ven que hay rechazo, al final ell@s mism@s aprenderán a rechazarlo también.
Otra cosa que procuramos hacer es no salir corriendo a casa cuando se ponen a caer cuatro gotas, como si en lugar de agua fuera ácido corrosivo lo que cae. Si llevamos a mano la ropa adecuada, nos la ponemos y seguimos a lo nuestro. Si no es así, o la lluvia es fuerte y nos empieza a incomodar, pues tranquilamente tiramos a casa o nos echamos unas risas haciendo una carrera, sin más drama.
Otra cosa a tener en cuenta es valorar qué es lo que más les gusta hacer fuera. No siempre las actividades que idealizamos para ell@s, como correr por una pradera o trepar árboles, son lo que prefieren. Estar en los columpios (cosa que personalmente no me parece lo más apasionante), tirarse al suelo a jugar con sus coches o simplemente correr y correr… ¡pues genial! Al menos están fuera, respirando aire fresco, jugando y moviéndose. Seguir su iniciativa sobre lo que les apetece hacer es importante. Aunque de vez en cuando les podamos sugerir ir a descubrir un nuevo rincón del parque o hacer alguna actividad nueva.
También les podemos presentar las oportunidades de juego únicas que deja tras de si un día de lluvia, frío o viento. Bajo otras condiciones no existirían esos tremendos charcos en los que saltar, barro para hacer pasteles o la sensación del aire que te empuja o te alborota el pelo sin control. Además, no hay nada como regresar al calorcito de casa después de una buena escaramuza jugando fuera en un día frío. Ahí sí que se puede valorar la suerte de tener un nido calentito y confortable al que volver.
Y sobre todo…
Que los ratos fuera sean momentos agradables y de disfrute es fundamental. Se pueden organizar actividades determinadas, pero nada como el juego libre para que el peque conecte consigo mismo y con su entorno. Tengamos en cuenta que que si los momentos de estar en la calle se convierten en una angustia de expectativas, prisas e indicaciones, les resultará difícil disfrutarlo y valorarlo.
Salir todos los días, al menos un ratillo, sería lo ideal. Pero oye, si no les apetece salir un día, dos o varios… pues no pasa nada, tampoco tenemos que fustigarnos, ni mucho menos a ell@s. Son rachas, al final siempre disfrutan fuera. Invitarles a salir y hacérselo atractivo y divertido es genial. También lo es sacudir la pereza y acompañarles cuando son ellos los que lo proponen. Pero evitemos obligar, suele ser contraproducente. Nada como sentirse respetad@s.
No obstante, a veces lo que más les cuesta, no es salir fuera en sí sino cambiar de escenario, vestirse o que tengan que dejar lo que están haciendo. Vamos, lo que nos pasa a tod@s más o menos. Así que para ello, a agudizar el ingenio y el buen humor -como dice una amiga- para que el momento salida de casa sea más fluído y llevadero, especialmente cuando se tiene una criatura de tres años y medio con mucha determinación.