Al acompañar a niños y niñas a la naturaleza, ¿cuál es el equilibrio entre impartir información y alentar la alegría y el asombro?
Ésta es una de los puntos de debate que figuran al final del libro Los últimos niños en el bosque de Richard Louv. Acaba de ser recientemente traducido al castellano y ¡por fin está en nuestras manos! Nos parece un libro esencial, cuyo mensaje nos gustaría compartir y por eso el próximo lunes 2 de julio sortearemos un ejemplar entre nuestras suscriptoras. Así que si aún no te has suscrito a nuestra lista de correo, puedes hacerlo aquí.
En este libro, el autor analiza la separación cada vez mayor que existe entre niños y jóvenes y el mundo natural y las repercusiones que está teniendo a nivel medioambiental, social, psicológica y espiritual, basándose en los resultados de numerosas investigaciones.
Esta separación hace que la naturaleza sea vivida por los más jóvenes como una abstracción más que como una realidad. Sin embargo, esto en sí mismo es paradójico ya que los seres humanos no podemos estar aislados de la naturaleza, somos parte de ella. El conflicto radica en que vivimos como sino lo fuéramos.
Son muchos los motivos que nos han ido llevando a esta situación. El movimiento masivo hacia las ciudades ha acotado mucho las oportunidades de acceso a medios naturales. Sin embargo la trascendencia no requiere un paisaje espectacular, sino que se puede conectar con ella en entornos pequeños como unas malas hierbas que crecen en la parte de atrás de casa.
El tiempo en la naturaleza no es perder el tiempo
Quizás cambiaría nuestra percepción de la situación y nos re-vincularíamos a la naturaleza si tuviéramos claro que el tiempo en la naturaleza no es un tiempo perdido, no es tiempo de ocio; es una inversión esencial en la salud de nuestros niños (y en la nuestra propia).
Nuestras vidas ahora son más productivas pero menos imaginativas. Jugar no es perder el tiempo. Vivimos, como sociedad, tan pendientes de los resultados, y de aprovechar el tiempo que hemos transmitido a muchos niños la idea de que jugar en la naturaleza es algo improductivo.
Sin embargo, la naturaleza no roba tiempo, lo amplifica. Funciona como un antídoto aumentando nuestro bienestar: reduce el estrés, mejora la salud física, permitiéndonos una mayor creatividad, y un sentido más profundo del ser. Y, aunque pueda resultarnos chocante de primeras, nos da las herramientas para una vida más segura.
Si comparamos una infancia llena de naturaleza y aire libre con otra infancia vivida desde el sofá o el asiento de atrás de un coche, el contacto con la naturaleza nos permite desarrollar la capacidad para sentir la belleza y el peligro real. Crecer en una burbuja aséptica puede reducir algunos riesgos pero desde luego incrementa otros.
Con la buena intención de buscar la seguridad y la protección, la realidad es que se está desanimando a los niños de jugar en la naturaleza. Se les están inculcando miedos y barreras que hace que no les apetezca jugar por no mancharse, no perder el tiempo, no enfermarse…
La naturaleza como espectáculo
Estamos tan acostumbradas a ver la realidad a través de pantallas, que a veces cuando vamos a la naturaleza adoptamos inmediatamente un rol de espectador en lugar de dejarnos llevar por el lugar y dejarnos afectar por él. Como recoge el autor en una cita de Daniel C. Beard, estar en la naturaleza tiene que ver con hacer algo, con una experiencia directa.
La naturaleza tiene que ver con oler, escuchar, probar. No basta con verla como una imagen fija. Dejarnos deleitar por la banda sonora compuesta por notas de la naturaleza. Permitirnos asombrarnos de aquello que nos ofrece, no dar el mundo natural por sentado, como si ya lo supiéramos todo.
La naturaleza regala a los jóvenes algo mucho más grande de lo que ellos son: ofrece un medio donde ellos pueden contemplar fácilmente el infinito y la eternidad.
Trastorno por déficit de naturaleza
Richard Louv utiliza este concepto, trastorno por déficit de naturaleza, para referirse a las consecuencias de esta falta de conexión con el mundo natural. Para él, la exposición directa a la naturaleza resulta esencial para la salud física y emocional, y sin ella, nos encontramos con un uso disminuido de los sentidos, dificultades de atención e índices más elevados de enfermedades físicas y emocionales.
A menuda se ignora el valor de la naturaleza como bálsamos curativo para las dificultades emocionales en la vida de un niño. Aunque hay estudios que demuestran su eficacia, se está pasando por alto el uso de la naturaleza como una terapia alternativa, adicional o preventiva.
La buena noticia es que este trastorno puede ser reconocido y revertido. Tanto individual como culturalmente.
¿Qué podemos hacer entonces los padres y educadores?
- Si estamos concienciados de la importancia de mantener el vínculo entre nuestros hijos y la naturaleza, debemos tener en cuenta que el modo más efectivo de lograrlo es conectar con la naturaleza nosotros mismos. Como dice Rachel Carson «si un niño está por mantener vivo su innato sentido del asombro, necesita la compañía de al menos un adulto que pueda compartirlo, redescubriendo con él la alegría, la excitación y el misterio del mundo en el que vivimos».
- Debemos asumir también que no podemos ignorar la necesidad que tienen los niños de explorar, de mancharse las manos y de mojarse los pies. Como decíamos antes, la necesidad de no ser unos meros espectadores de la naturaleza.
- Prestemos también atención a la coherencia o incoherencia entre nuestras palabras y nuestro actos. Si les hablamos maravillas de la naturaleza pero nuestra actitud envía otro mensaje, no estaremos consiguiendo nuestro objetivo.
- Es importante que no idealicemos este contacto, que no nos pongamos unas expectativas muy altas, porque eso podría bloquearnos. Pensemos solamente es disfrutar de la naturaleza en sí misma, y permitiendo que nuestros hijos conecten a través del juego libre.
- A veces no actuamos por miedos que hemos ido absorbiendo y otras, no actuamos porque esperamos que la solución a este déficit de naturaleza generalizado venga desde las instituciones. Sin embargo, una cosa es animar a éstas a cambiar, y otras podemos quedarnos sentados esperando. Tomemos acción para acercar a nuestros hijos a entornos naturales.
- Ayudar a concienciar a nuestros amigos y a nuestra comunidad. Esto facilitará la búsqueda de soluciones.
- Leer «Los últimos niños en el bosques» de Richard Louv, en el que además de hablar los temas tratados en este post y algunos más, trae una lista con 100 acciones que emprender y que seguro que te servirá de guía e inspiración,
Un libro al que le teníamos muchas ganas desde hace años y que por fin podemos disfrutar en castellano. Lo recomendamos 100%. Recuerda que el lunes que viene, día 2 de julio de 2018 sorteamos un ejemplar entre todas las personas suscriptoras a nuestra lista de correos. Puedes suscribirte aquí si aún no lo has hecho.
¡Nos vemos en los bosques!